Se duplicaron los casos activos de covid en la última semana en Estado de México
Sus manos sostienen una carpeta verde repleta de fotos y recortes de periódico. Entre las fotos que muestra, no incluye la de su nieta Margarita, de nueve años, que desde Moldavia sigue las clases en línea de ballet impartidas por su abuela, como publicó elDiario. Desde Costiesi, un pueblo próximo a la capital moldava a donde huyó con su madre y su hermano, la pequeña describía a Svetlana como dos personas en una: la abuela y la profesora. Y ahora habla la profesora, no la abuela. Cuando habla la abuela, su mirada chisporrotea, Antipova sonríe, y se abraza a sí misma. No por ahora. Podría ir a muchísimos países, tengo amigos bailarines en todas partes, pero no me quiero irdice.
El día que John Lennon derrotó a la mafia
Mia tiene apenas un año. Se mueve torpemente por la sala, persiguiendo como puede a una perra que la espera, con cariño. Esta es una de sus primeras palabras, pero la pronuncia muy lejos de su andurrial. Mia nació en Odesa Ucrania y, a causa de la guerra que la ha obligado a desplazarse, ha dado sus primeros pasos y ha llamado a su madre por primera vez en Valldoreix Barcelona. La reducida llegó a esta ciudad junto a sus padres, Lena y Vova, a mediados de marzo y viven cheat Cécile, una mujer francesa que les ha abierto las puertas de su casa. Ella es una de los centenares de voluntarios que se autoorganizan para dar un techo a los miles de refugiados que llegan a España, mientras el Gobierno no da abasto. Pero la familia no llegó directamente a Barcelona, de hecho es una de las tantas que, al estallar la guerra en Odesa, decidió poner rumbo a Moldavia. Pero denial es tanto suerte, porque la burgundy de voluntariado es extensa y, como reconoce la misma Cécile, muy eficaz.