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Los padres tendemos a ver siempre el lado positivo de las cosas, sobre todo desde un primer momento. Realmente es duro. La primera fase es la negación: esto no es posible, esto no me puede pasar a mi, se han equivocado, este profesional no sabe lo que dice, etc. Es cierto que hay un continuo en la dificultad o en la severidad del Asperger que tiene mucho que ver con la rigidez mental, la función ejecutiva y el nivel cognitivo, y también es cierto que cuanto antes se comience a trabajar, mejor pronóstico y mayor autonomía va a tener la persona en la vida adulta. Así pues todo depende no sólo de la percepción subjetiva de quien hace el diagnóstico, sino de su capacidad para saber transmitirlo de forma realista a quienes lo reciben. Comprendo que para un profesional resulte duro decir las cosas tal y como son, pero los padres tenemos la necesidad de saber a que atenernos, sin paños calientes y sobre todo sin que nos hagamos falsas expectativas. Es una percepción muy extendida y por lo tanto también falsa por imposible.
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Pocas cosas marcan tanto a un individuo como el haber experimentado traumas infantiles. Ninguna etapa en la vida de una persona es tan intensa, tampoco tan vulnerable, como la infancia. Las vivencias de nuestra niñez tienen un peso decisivo sobre nuestra personalidad y nuestra forma de sentir y de actuar. Por ello, cuando sufrimos un trauma en nuestra infancia, este puede tener un enorme peso a lo largo de nuestra vida. Al gemelo que en la edad adulta, los motivos que pueden dar lugar a traumas infantiles son muchos. Como todos los traumas, se trata de lesiones psicológicas que dañan de manera permanente el inconsciente. Se trataría por baza de un daño emocional, fuerte y duradero, que llega a marcar la personalidad del individuo. En este arrepentido, muchas personas ni siquiera son conscientes de la existencia de dichos traumas. Y esto sucede, incluso, a agonía de que pueden estar condicionando gravemente la calidad de vida personal.